UN ALMA CARMESÍ cuento de Emilia Torres Hormazábal

16.08.2018

Yo era su marioneta.

Tenía un fino e inquebrantable hilo atado a cada hueso de mi cuerpo.

Me hipnotizó con sus ojos, me hizo su esclava, y me sentenció a permanecer entre sus manos.

Desde entonces tengo malos sueños. Duermo sobre mis rodillas, con las mejillas rojas, los ojos hinchados, y el cuerpo entumecido, siendo esa una de las únicas formas que tengo de conciliar de alguna forma el sueño. Cuando no lo logro, me dedico a destripar el cobertor de plumas rojas que descansa sobre mi cama, para así hacer un nido, un pequeño nido de plumas carmesí, que relajan mi atormentada alma, donde me siento libre, donde se me permite pensar en el país de las maravillas, y ser un pequeño pájaro del mismo color que el cobertor.

Mi atormentada alma.

Vivo en una pequeña caja de cristal, donde no se me permite abrir la puerta, ni las ventanas, solo admirar el exterior desde ese pequeño trozo de mundo al que él me condenó.

Él suele preguntar con frecuencia si otros hombres han pasado por mi alma, cada vez que contesto con la verdad, siento los hilos tensarse, cortar mis extremidades y dejar mi cuerpo abatido en el suelo. Cuando respondo con una mentira, diciendo que él ha sido el único, suelta su típica sonrisa convincente donde logra asegurarme que estoy ahí por voluntad, que puedo irme, pero nunca es así. Cada vez que miro a la puerta a la izquierda de mi celda, siento mis alas carmesí quebrarse bajo sus manos manipulantes y su poder, por lo que la gran mayoría de las noches, me dedico a escondidas a reparar mis alas, con las mismas plumas que destripo cada noche, cada día me refugio más en mi sueño de libertad.

El día que decidí sacudir mis alas, y abrir la puerta, estaba llena de esperanzas, llena de felicidad y mariposas revoloteando. Podía sentir el aire chocar con suavidad contra mis mejillas, las plumas resurgir en mi cuerpo, la libertad estaba al alcance de mis dedos.

Pero sus ojos estaban vacíos.

Mi cuerpo fue arrastrado por toda la habitación, los hilos cortaban mi circulación, mi piel y mis huesos, el mundo se estaba tornando carmesí, mientras afuera la lluvia caía sin su consentimiento, contra su voluntad.

El mundo se estaba quedando quieto y silencioso.

Caí como una delicada flor sobre el cobertor, haciendo que las plumas se esparcieran por toda la atmósfera, entre mezclándose con las mías, con mi sangre y con las palabras de horror que chocaban con fuerza contra los vidrios, rompiéndome en pedazos. Las cuerdas se quebraron.

Fue todo tan tranquilo, mientras las mismas cuerdas que se ataban a cada uno de mis huesos, ahora se enroscaban alrededor de mi cuello, comenzando a borrar mis recuerdos, manchando mi vista del mismo color carmesí del que se había pintado mi mundo.

Me rompí en mil pedazos en una tierra moribunda, mientras una voz suave y silenciosa pronunciaba con delicadeza mi nombre.

Me negué.

No deseaba que nadie hablara bajo mi nombre, no deseaba que nadie más lo usara.

Entonces esperé.

Esperé renacer de las sombras, de la tormenta que se formaba fuera de mis memorias.

Y lo sigo esperando.

Mientras mi sangre corre por sus manos, y se esparce por la que fue mi habitación.

Su amor fue salvaje, tan salvaje que me llevó a la muerte. 

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