LIBERACIÓN

29.11.2017

Dolía. Sentía como mi piel ardía, consumiéndose. Quise gritar, pero de mis labios sólo salió un sonido mudo. Pese al calor de las llamas, un sudor frío me recorrió la espalda.

Decían que, después de muerto, no puedes sentir nada. Que la sangre no corre por tus venas.

Eran solo mentiras, estafas. Porque, sino ¿Quién me explicaba el lacerante dolor que refulgía en mis entrañas?¿Quién me decía por qué escuchaba la sangre rugir mis oídos, buscando escapatoria?

Mi esperanza, mi inútil e ingenua esperanza, era que aquello no fuese real. Que fuese solo un sueño.

No. Aquello era real. Había muerto.

Me estaban incinerando.

Pero, si había muerto, ¿Por qué dolía?

Solo quería dejar de sentir aquel penetrante y agudo dolor en la piel...

Quería llegar a la paz eterna.

De la nada, el dolor, incesante, agudo, insoportable, se detuvo.

-Te has tardado- dijo

-¿Cómo?- dije, casi desafiante. No podía llegar tarde a ningún sitio. Estaba muerta.

-En aceptar mi llegada- explico, despacio.

Entonces, entendí.


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