VISIONES DE UN FUTURO COMPARTIDO: CRÓNICA DE UN VIAJE A PARAGUAY  por Lucía Valdés Zavala

16.08.2018

"Chile limita al norte con el Perú", comenzaba la canción de Violeta Parra. Esta era ejecutada por Javiera González, estudiante de segundo medio del Raimapu, mientras caía un telón con el mapa de Chile pintado por los y las estudiantes en medio de la selva entre Paraguay y Brasil. Así daba inicio este intercambio cultural que durante tres semanas nos llevaría a conocer distintas lenguas como el español, el guaraní, el danés, el finés, el portugués y el inglés.

El destino final se llamaba Capitán Bado. Habíamos recorrido una larga distancia desde que salimos de Chile. Nuestra primera parada fue Asunción, donde nos encontramos con los otros estudiantes de este intercambio; suecos y daneses que deambulaban en medio del comercio de indígenas ofreciendo sus artesanías y comerciantes de cuanta mercancía falsa podías encontrar...y mucho calor.

Cada delegación llevaba 12 estudiantes y nos íbamos a encontrar con otros doce estudiantes de la aldea Okenda de la tribu Tavyterá. Para esto debíamos emprender el rumbo hacia al norte en un bus que nos llevó todo el viaje. Fue un largo trayecto cruzando el Yaco paraguayo donde la pobreza nos dolió. La desolación de su paisaje no tenía nada que ver con el verde intenso que habíamos visto. Miraba los rostros de los y las estudiantes que, con ojos muy abiertos, iban aprendiendo de esta América tan alejada de nosotros hasta ahora.

Pero antes llegamos a Pedro Juan Caballero, una ciudad donde una sola calle te separa de la ciudad Brasilera Coronel Sapucaia. Ahí dormimos para, al día siguiente, tomar rumbo por caminos de tierra hasta llegar a Capitán Bado, un distrito del Dpto. de Amambay , Paraguay, distante a 426 km de Asunción.

Nos recibieron con periodistas que veían con novedad este bus lleno de extranjeros sonrientes y cansados. Hasta entrevistas dimos a la Tv local. Y luego la novedad: policías fuertemente armados nos seguían hasta llegar a la Aldea donde nos ubicaríamos y viviríamos por dos semanas. Estos policías serían nuestros guardaespaldas por todo el tiempo que estuvimos ahí. La razón: la aldea era parte de la ruta del narcotráfico. Llegamos y nos ubicaron en las chozas donde alojaríamos. La gente del lugar había construido baños y las duchas eran al aire libre. Nos encontramos con una tierra de color rojo intenso, plataneras, mariposas gigantes y un intenso olor a café. La bienvenida la realizó el jefe de la aldea en compañía del chamán quien nos cuidó la salud y nos invitó a su lugar de encuentro y meditación, junto a toda la escuela.

Al otro día comenzábamos a trabajar en la tierra donde había que elevar una cañería que transportaría agua hacia las plantaciones de plátanos, previa colocación de una bomba que salía desde un estero más abajo. A la tarde nos juntábamos en distintos talleres y realizábamos encuentros musicales y danzas originarias donde las mujeres tuvimos la oportunidad de bailar en danzas rituales ejecutadas sólo por hombres.

Aprendimos a sacar yuca y comimos frutas que nunca antes habíamos probado. El idioma no era impedimento para convivir, jugar futbol o cantar canciones de Abba con los suecos. Aprendimos canciones de la aldea que no estaban en guaraní sino en otra lengua. El idioma no importó a la hora de aprender cómo hacer la mermelada que enseñaba la Tía Ana Luisa ni tampoco cuando nos juntábamos en la noche en torno a una fogata con la aldea alrededor, contando chistes con los daneses o cuando nos bañábamos en el estero con las niñas y niños de la aldea.

Así eran nuestros días y se nos pasaron volando. El trabajo se había terminado y había que volver. Salimos llorando. Algunos del Raimapu no se querían venir. Fue una larga despedida, nunca nos imaginamos todo lo que habíamos vivido y que ahora se acababa.

Después de sonarnos las narices y estrujarnos los ojos, enfilamos nuevamente hacia el sur. Esta vez Brasil sería nuestro destino. Luego de viajar día y noche llegamos al pueblo de Fox. Desde ahí seguimos a las cataratas. Llegamos a este lugar impresionante donde nos quedamos con la boca abierta por la inmensidad del paisaje, los animales, su gente. Subíamos y bajábamos escaleras para atrapar todas las vistas posibles. Después nuevamente debíamos emprender el viaje. Esta vez hacia Asunción donde nos quedaríamos unos días más para conocer el Lago Ipacaray y lugares cuyo parecido con Pomaire era evidente por el trabajo que realizaban con la arcilla. Conocimos sus Iglesias y astilleros y su impresionante comercio callejero.

Ya el viaje llegaba a su fin y había que volver a casa. Nuevamente era hora de despedirse, esta vez de las otras delegaciones. Hubo abrazos y promesas de los vamos a ir a ver a Chile (lo que en el caso de dos estudiantes daneses ocurrió). Finalmente partimos hacia nuestro país, donde las familias nos esperaban ansiosas con globos y llantos.

Fue un viaje inolvidable. Creo decirlo en nombre de todos y todas las que fuimos: Domingo Pérez, Jaime Farías, Simón Bousquet, Pedro Almeyda, Constanza Olivares, Javiera González, Javiera González G., Enzo Dattoli, Nicolás Paniagua, Dalal Leiva, Paz Lizama, Fernanda Gajardo, Nicolás Salas y la tía Ana Luisa Contreras.

Todos ellos y todas ellas fueron importantes en su rol; el cariño que entregaron, la alegría y el entusiasmo y sobre todo el compromiso social que siempre manifestaron en todas sus acciones fueron siempre relevantes.

Este viaje nos sirvió para entender la vida de una forma más sencilla y humilde. Tiempo después hablamos de lo que sentían y, unánimemente, los chicos y chicas nos dijeron: "Con tan poco fuimos tan felices que llegar acá y escuchar a la gente preocupada por cosas, que después de lo que habíamos vivido son tan insignificantes... eso nos provoca cierta desadaptación".

Ahora, a quince años de esa vivencia, puedo decir que fue el viaje más importante que he realizado en mi vida y sus significados siguen apareciendo cada cierto tiempo. Y esa desadaptación ha proseguido a pesar del tiempo que ha pasado.


A continuación algunas fotografías de esta maravillosa experiencia:

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