EL NIRVANA SE ALCANZA EN LA COCINA: CRÓNICA DE UN VIAJE A LA ANTÁRTICA parte 1,  por César Becerra Lillo

16.08.2018

I: Los libros y la magia.

   La noche del 21 de junio del 2017 nos encontrábamos en uno de los salones del hotel Dreams en Punta Arenas a la espera del resultado que nos avisaría si viajaríamos a la Antártica o no. Habíamos caminado desde el "Cabo de Hornos", donde nos hospedábamos, por espacio de unos quince minutos en la fría noche magallánica. Según nos encomendó la organización de la Feria Antártica Escolar, FAE, conversé en el trayecto con Max e Iñaki, los estudiantes con quienes participé en la convocatoria, sobre la eventualidad de un resultado negativo. La idea era quitarles la presión y hacerles ver que ya habíamos ganado mucho sólo llegando a esta instancia pero no fue del todo necesario. Los tres ya estábamos en el siguiente paso, en un "dejar ir" referente al futuro que nos traía una cierta paz mental. Así que cuando atravesamos las luces de neón del casino que albergaba el hotel reíamos con más calma que nervios. Sin embargo, los nervios irían en aumento a medida que la cena avanzaba y llegaba el momento de la premiación. Después de todo no en vano habíamos trabajado durante largas jornadas en el proyecto que nos había clasificado a estas instancias. La misma FAE significó tres días de esfuerzos prolongados con un sol de invierno que salía poco antes del mediodía y que se escondía poco después de almorzar. Nos levantábamos en la oscuridad y nos acostábamos en la oscuridad. El concepto de "día" parecía una sugerencia en esas tierras australes. Así que cuando llegó el esperado momento en que anunciarían al grupo ganador de la feria en la categoría de Ciencias Sociales nos volvimos más humanos y quedamos expectantes a las palabras del orador...

    Pero en realidad este viaje comenzó incluso antes. Si bien el ejercicio de encontrar el o los inicios de un viaje puede entretenernos hasta llegar, anecdóticamente, al nacimiento (la vida es un viaje, como se suele pensar) ubicaré al menos uno de esos inicios en el día en que Iñaki se acercó a la biblioteca a pedir un libro y, me atrevería a decir, a conocerme. Según me contó, su experiencia con el trabajador anterior (quien sólo estuvo una semana) no había sido de las mejores y el hecho de que yo le prestara un libro, aunque había llegado recién, no había sistema y casi todos los libros estaban desordenados en el suelo, pudo haber marcado un punto de origen en nuestra relación. Desde entonces comenzamos a conversar mucho, casi en cada recreo. Eventualmente se unió Max a quien el mismo Iñaki sindicó como un buen candidato para integrar el equipo que participaría en la FAE.

   Al inicio trabajamos un proyecto en el área de las ciencias naturales pero a poco andar notamos que no rendiría frutos. A una semana de que se acabara el plazo para postular pensé en una posibilidad distinta. Y distante en el tiempo ya que se remontaba a mis años en el colegio, quizás entre 4to y 5to básico, cuando nos dieron como tarea hacer una presentación sobre la magia. Mientras mis compañeros llevaron libros sobre trucos de cartas y liebres en los sombreros yo di con un extraño volumen titulado "El Necronomicón" de un tal Abdul Alhazred que hablaba sobre rituales oscuros, numinosas entidades y demonios y horrores cósmicos e inconmensurables donde el ser humano no era más que una mota de polvo en el universo. En lo que a mí y a mi elección respecta, supongo que algunas fallas vienen de fábrica. Fue este autor, cuyo nombre real es Howard Phillip Lovecraft, quien me brindaría la idea de nuestro proyecto en otro de sus libros que tituló "En las montañas de la locura". En éste se relata las desventuras de una expedición científica a inicios del siglo XX en las entonces desconocidas tierras antárticas y de los indescriptibles horrores que finalmente encontrarían ahí. Otro de los inicios de este viaje. Nuestro proyecto se trataría entonces de los miedos y angustias que enfrentan las personas que deben vivir en el continente blanco y cómo éstos son expresados subconscientemente.

   Luego de esos tres días de trabajo, donde conocimos a la otra parte de nuestro equipo -dos estudiantes y una curiosa profesora de La Serena- llegábamos al Dreams cansados y algo ajenos al mundo. Las nevazones en Punta Arenas habían parado hace unos días pero de igual modo el invierno se palpitaba en cada rágafa de viento que nos empujaba en las calles y el frío del Estrecho de Magallanes nos acechaba desde muy cerca, aun al interior del hotel. Los ya mencionados nervios en la cena sólo se vieron ahogados por la alegría que nos supuso el escuchar el nombre de nuestro grupo, "Tentáculos imaginarios", como ganador de nuestra categoría. Recuerdo que nos abrazamos y que me mostré más alegre de lo que en verdad quería (por respeto a los demás concursantes) para que mis dos jóvenes compañeros se sintieran orgullosos de su logro. Lo habíamos conseguido. Contra las posibilidades y la inexperiencia, habíamos ganado la FAE y con ello su apetecido premio: un viaje al más hostil de los continentes, el reino congelado de la Antártica.

   Momentos después de la victoria, mientras celebrábamos junto a la comunidad el solsticio de invierno rozando las aguas del Estrecho, con rituales pretendidos y fogatas empeñosas, notaría que tanto Iñaki como Max se alejaban del grupo. Les hacía falta acaso la costa y la oscuridad de su noche. El silencio, el frío. Lo ajeno, lo distinto. No tardaría demasiado en comprender que mis dos jóvenes compañeros eran en realidad personas extraordinarias. Y las personas extraordinarias están destinadas a viajes extraordinarios.

II: Los cuerpos y la muerte.

   Varios meses después, ya a las puertas del verano, nos llegó el momento de volver a la ciudad de Punta Arenas desde donde volaríamos en los Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Chilena a la isla Rey Jorge en la península antártica. Pero antes nuestro viaje contemplaba un recorrido por el parque nacional Torres del Paine donde glaciólogos y paleontólogas nos contarían acerca de la historia de la región, sobre dinosaurios y mares fantasmas y, sobre todo, acerca del tiempo y su paciente labor de escultor de la roca y la tierra. La majestuosidad de la Patagonia produce recuerdos imborrables en cualquiera que la vea. Su viento que no se cansa de cantar o la soledad gigantesca que baila en sus planicies son espectáculos simples pero inmortales. Había una idea de pasado remoto y ajeno que parecía querer impregnarnos a cada momento; nos conversaron sobre los años contados en millones, sobre criaturas inconcebibles para nosotros y sobre montañas y valles antes inundados o ubicados en otros lugares de la región.

   Este viaje patagónico previo al viaje blanco fue un buen momento para desarrollar las relaciones entre los participantes, sobre todo entre las y los estudiantes. Si bien los adolescentes en general tienden a reunirse y conversar, a hacer buenas migas incluso cuando recién se conocen, los hay a quienes este ejercicio les resulta algo más lejano.

   En alguna medida fue el caso de mis compañeros. Iñaki es, ante todo, un poeta, un sujeto de la escritura y también de la cinematografía. Disfruta leyendo, tanto libros como películas, y en realidad resultaba eventual su arribo a la creación literaria. Quizás el manejo de sus pequeñas tormentas tropicales, de esas que pasan fugaces por la cabeza, es lo que le ayuda a estructurar de modo tan particular y virtuoso sus poemas. Yo creo que, cuando sufre, lo hace como todos los artistas (o sea con más espectáculo que el resto de las personas) y tal vez su talento para decir garabatos se derive también de esta necesidad de expresarse.

   Lo anterior quedó especialmente demostrado para mí en una de las cenas donde participábamos todos y todas en la hostal donde nos quedábamos. Ante la admiración, incredulidad o, derechamente, rechazo de las colegas profesoras de los otros equipos vencedores (colegas es una forma de decir, afortunadamente) frente al hecho de que tanto Iñaki como Max me tutearan y llamaran por mi nombre (más uno que otro garabato suelto por ahí), tuve que plantarme como buen representante de la comunidad raimapucina. Esto supuso defender nuestro sentido de la confianza, el cariño, la cercanía y el respeto entre trabajadores y estudiantes. Al menos eso es lo que imaginé que sería lo correcto en aras de la improvisada apología de este colegio hippie que comenzaba a construir. Por espacio de veinte o treinta minutos me alcé como un estandarte de esta particular pedagogía así como la encarnación del espíritu del colegio. Palabra a palabra, argumento a argumento, fui ganándole terreno al grupo de escandalizadas profesoras con tal habilidad que, finalmente, logré que me concedieran la razón. Era un momento de gloria, ¡sin duda!

   Nada haría presagiar que, en el mismo momento en el que me alzaba con la victoria, la maravillosa voz de Iñaki gritando se escucharía desde la mesa contigua a la nuestra con un esplendoroso "¡Valen callampa, cabros culiaos!" que provocó la risa de sus compañeritos y compañeritas. Listo. Boté al rey sobre el tablero y, sin decir palabra, tuve que admitir mi derrota. Gracias, Iñaki.

   Los viajes son las personas que conocemos en ellos. Y así como Iñaki, que es un creador a quien le brotan universos púrpuras de la cabeza, hay otros que los viven de modos distintos. Cada cuerpo moviéndose con sus formas propias; más rápido, más lento, saltando sobre sí o agachándose un poco, mirando en diagonal hacia arriba o cerrando obstinadamente los ojos. Todos se mueven. Todos, excepto los muertos.

   Resulta curioso cómo la cercanía de la muerte nos habla más claro que la muerte en sí. Cuando salíamos desde Punta Arenas a las Torres vi desde el bus una escena del crimen. Detectives, cintas, luces. Y quizás también un cuerpo oculto bajo una lona azul. Un cadáver, pensé. Pero lo cierto es que, horas después, escuchamos por la radio sobre el asesinato de una mujer en la ciudad lo que me hace pensar que tal vez nunca vi tal lona y que el proceso de rememorar un viaje, de reconstruirlo, es a su vez otro viaje más. Muchos orígenes para un viaje, muchos viajes corriendo en paralelo. Los viajes son también las personas que no conocemos en ellos.

   Nunca sabríamos quién era esa mujer. Pero sí supimos, brevemente, quiénes eran los coreanos que casi mueren a nuestro lado en la carretera...

   Moviéndonos entre Natales y el parque intentaba yo leer un poco. De pronto un grito ahogado me sobresalta e, instintivamente, miro hacia el camino justo para atrapar con la mirada a un jeep que, literalmente, se desplaza por el aire girando sobre sí y que va a dar varios metros más atrás, en sentido contrario al nuestro. Pensé lo peor, especialmente cuando me enteré de que el jeep en cuestión venía originalmente en nuestro mismo sentido, que nos intentó adelantar y que, para evitar a un camión, maniobró perdiendo totalmente el control. La angustia se apoderó de nosotros. Algunas personas corrieron a ayudar. Pensé hacer lo mismo pero no sabía de primeros auxilios y resolví que hubiese sido más estorbo que aporte. Me quedé y sentí que debía proteger a Max e Iñaki aunque no sabía bien de qué. Afortunadamente los coreanos ocupantes del jeep resultaron sin heridas graves. Los trajeron a nuestro bus mientras esperaban a la ambulancia, que no tardaría en llegar. No hablaban mucho castellano y, como era de esperar, estaban en shock. Esta cercanía con la muerte me había cantado más claro que el espectáculo de la muerte en sí. Sus cuerpos se seguían moviendo. Y era de esto de lo que la muerte nos quería hablar; del movimiento.

   Pero se acercaba el momento de volar a la Antártica. Nos dieron algunas instrucciones y muchas restricciones. Nos advirtieron sobre lo veleidoso del clima en aquel continente aparentemente silencioso. Nos dijeron que dependíamos de él para poder volar. Y que la posibilidad de simplemente no hacer el viaje era muy cierta. Con estos augurios nos subimos a las vans para alcanzar la base de la fuerza aérea donde nos esperaban los C - 130. Nos recibió el comandante y se dirigió a nosotros. Nos hizo esperar. Y seguir esperando. Y luego esperar más. Entonces nos sentenció: "Por malas condiciones climáticas, se cancela el viaje a la Antártica". Y así, tuvimos que partir de vuelta a Punta Arenas.


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