SER (DE) NUEVO EN EL RAIMAPU por Paulina Jara Werner y Sebastián Díaz García 

05.12.2017

    Dentro del calendario laboral, pocos son los momentos pensados e intencionados para que l@s trabajadores reflexionemos, y mucho menos, escribamos respecto a nuestras prácticas y experiencias profesionales. Detenerse y observar(se) retrospectivamente, evaluar(se) dentro de la vorágine anual, no es reconocido aún como un valor de alta demanda dentro del mercado, por el contrario, tiende a ser identificado como terreno fértil para atentar con la productividad. Cierto es que a lxs profesores nos gusta hablar de lo que hacemos, a veces con más recurrencia de la que algun@s quisieran. Muchas de las interacciones que tenemos con nuestros pares, familiares, estudiantes y amistades, versan respecto a nuestro oficio, sin embargo, no es tan frecuente verbalizar y transmitir, de manera organizada, los sentidos y sensibilidades que nos movilizan día a día. A razón de esto mismo, es que la revista se convierte en el pretexto perfecto para hacer uso de la palabra, más aún, para dos voces inmigrantes.

    Si ser migrante significa desplazarse de un lugar a otro, desestabilizando tus certezas; si ser migrante es entregarse a la incertidumbre con o sin sentido; si migrar significa afirmar el desarraigo como posibilidad de crecimiento. Si migrar significa desconocer la comodidad y los hábitos y reconfigurarse con nuevas experiencias; si ser migrante significa afrontarse a una nueva cultura que sostiene sus propios códigos; si emigrar significa transformar tu vida y entenderse como sujeto histórico; si migrar significa transitar; podemos afirmar que nosotr@s, habiendo llegado al Raimapu este 2017, somos (¿fuimos?) inmigrantes.

    La migración es uno de los temas que mayor atención ha concentrado en el escenario público de Chile en los últimos años. Se han asociado a dicha situación de desplazamiento - en un desacato a la memoria- etiquetas de "novedad" o "coyuntura", desconociendo que, en la genética del país, se encuentran los movimientos de un territorio a otro. Es necesario afirmar que la migración, en todas sus formas posibles, es una condición intrínseca del desarrollo humano, de tan larga data como sus primeros vestigios. Si pensamos particularmente en la historia regional, es claro que uno de los factores ineludibles en la conformación identitaria, es la violenta irrupción de un "nosotrxs" sobre unxs "otrxs". Pareciera ser entonces, que hay algo más que preguntarnos respecto a estos últimos años, qué particularidad tendrá esta "novedosa" extranjería, que ha desatado una desagradable imagen de intolerancia, xenofobia y racismo en nuestras prácticas culturales. Al parecer, la población haitiana, peruana, boliviana y colombiana (por nombrar algunos ejemplos), tienen una categoría distinta de migrantes, que nos incita a enfrentarnos más con nosotrxs mismxs que con lxs otrxs.

    Por extensión cultural, las escuelas encarnan muchos de los conflictos de la sociedad en la que vivimos, aunque no necesariamente de la misma forma. Año a año los colegios se disponen al tránsito de su población, tanto en estudiantes como en trabajadores, año a año lxs estudiantes nos preguntan "¿profe y usted sigue el otro año?" y asimismo año a año vamos conociendo a nuevxs estudiantes y compañerxs con quienes construimos las realidades escolares. Se vuelve importante entonces encontrarnos cada vez con estructuras más flexibles, con sujetos más flexibles, que se dispongan a un nuevo estado de las cosas, abiertos a recibir y valorar los cambios de una comunidad. De la misma forma, se hace necesario flexibilizar nuestras propias estructuras, para poder aportar al lugar que nos toque llegar y para nutrirnos con lo que hay. En alguna medida, retomando las reflexiones de Paulo Freire, pareciera ser que el principal tiempo verbal del "ser" es el gerundio, es decir - en toda su dimensión histórica- el mundo no es, sino que "está siendo", por lo tanto, no solo constatamos lo que ocurre sino que también nos levantamos como sujetos de ocurrencias. Para ordenar nuestro panorama -el cual podría ser muy extenso y difuso- logramos identificar tres fases de reflexión sobre nuestra llegada al colegio.

    23 de Febrero 2017, 09:00 de la mañana. / Ubicación geográfica: caminando hacia el "patio techado" (mmm ¿cuál de los seis patios techados será el correcto?)./ Expectativa: ojalá alguien me hable antes de estar sol@ en el rincón. / Realidad: ¡Uh que rico!¡sandía! Hola... Hola ¿cómo te llamas?; Hola... ¿profe de qué eres?; Hola, bienvenid@. Multiplicar esta eventualidad hasta aproximadamente el cierre del primer semestre (no la sandía, los saludos claramente). En esta revisión, a dos voces, hemos llamado a esta primera fase: "Ser nuevo en el Raimapu". Dicha fase -caracterizada por la ubicación en el espacio y la memorización de caras y nombres- tiene como marca inicial relevar el rol del buen anfitrión, el cual fue representado tanto por colegas y trabajadorxs, como por estudiantes. Toda orientación, desde dónde están los baños o las salas, hasta "la Paulita lo sabe todo", van abriendo el campo de entendimiento (relativo por supuesto, pues aún hay zonas que destacan por su opacidad), sin el cual no se puede avanzar. A todxs quienes se dieron ese tiempo, sin decir necesariamente decir su nombre, esperamos se sientan aludid@s en nuestro cariño y reconocimiento.

    Una de las situaciones que permite sobrellevar de mejor manera esta primera fase, sin lugar a duda, es el reconocimiento con otros inmigrantes (profes y/o estudiantes), principalmente, en las expresiones de incertidumbre o extrañeza ante ciertas ritualidades o acuerdos propios del espacio: llamar a tu profe por su nombre; olvidar por completo el uniforme escolar; revisitar la categoría "inspectoría" cuando no funciona como "La Inspectoría"; resignificar el aula no solo como sala de clases sino también como casino; entender que la mayoría de la población del nuevo territorio conozca tu nombre pero tú no el de la mayoría; entre otros. Reconocerse como inmigrante con otrx, es parte de tejer tus primeros afectos, son risas tímidas y miradas de compañía. Sin afecto - como vínculo afectivo y como posibilidad de afectar(se)- no tiene sentido habitar una escuela.

    Como en todo migrante, quien se dispone a llegar a un lugar sabe, con mayor o menor claridad, que en algún minuto vendrá la pregunta por tu lugar de origen. El contraste, las tensiones, los diálogos, nos permitieron nombrar y abrir la segunda fase: "el choque cultural: entre mi experiencia histórica y la experiencia del lugar". Quienes hemos tenido la oportunidad de viajar fuera del país, recordaremos siempre alguna anécdota sobre las formas/fórmulas que asume el lenguaje para nombrar, con otras palabras, lo que ya conocemos. Se pide en Uruguay la "pava" para hervir el agua, la "guata" y la "pega" son inentendibles fuera del territorio chileno. Se producen intercambios de lo que traigo y lo que tienes, como en un trueque imaginario, dejando siempre una ganancia vital. Jorge Drexler dice en su canción Movimiento una gran verdad, "somos una especie en viaje, no tenemos pertenencias, sino equipaje". Será ese equipaje, el que nos permita orientarnos, comunicar nuestra historia con el presente, sin embargo, aferrarse exclusivamente a éste, puede significar no reconocer las implicancias transformativas del desplazamiento. El equipaje debiese ser un objeto tan mutable como nosotr@s mismos, la "miniaturización" de nosotrxs mismxs en palabras de Vila Matas.

    Muchas veces dentro de nuestros equipajes, cargamos prejuicios e imaginarios que nos nublan la visión y de los cuales es mejor desprenderse. En su reemplazo, las experiencias. Todo se vuelve más complejo cuando se busca algo que no se sabe muy bien dónde está. Así nos ocurrió mucho tiempo con el debate sobre la "esencia" Raimapu. Cierto elemento reclamado al pasado y demandado para el presente; visión de mundo y solución a los problemas; motor inmóvil sin ubicación; se tornó un nudo por desatar. Para nosotr@s, migrantes de otras realidades, nos parecía insólito - inclusive violento - rememorar un espacio que entendemos vacío, habiendo tanto por hacer y con quién hacer (será quizá la distancia la que nos permitió integrar una nueva perspectiva del conflicto). Spinetta en su Cantata de puentes amarillos nos dice "Aunque me fuercen yo nunca voy a decir/ que todo tiempo por pasado fue mejor/mañana es mejor", principio fundamental del movimiento, situación necesaria para que un viaje ocurra, para que la barca zarpe de la costa aunque termine en naufragio, en definitiva, para que la historia acontezca.

    La palabra "huésped" en español tiene una significación bien particular, se utiliza tanto para referirse a quien da alojamiento a una persona, como a la condición de ser alojado por alguien. Esta figura lingüística, que supera la dicotomía dentro-fuera, extranjero-residente, nos hizo pensar en nuestra tercera y última fase: "La transformación: Ser de nuevo en el Raimapu". Aclaramos inmediatamente que ser nuevo y ser "de" nuevo, son condiciones absolutamente distintas. Mientras que en la primera estamos atravesados por incertidumbres y temores, por la inseguridad y la inacción; el ser "de" nuevo es una faceta plenamente creativa, pura potencia que se sostiene en el querer hacer y querer estar, debido a que están las condiciones propicias para aparecer. Ahora bien, en qué consisten dichas condiciones, es cosa de observar nuevamente el año.

    La jornada del 17 de marzo estuvo pensada como la bienvenida de los primeros medios a su enseñanza media. En una entrañable colaboración de estudiantes y docentes, se acordaba suspender las clases y en su reemplazo, se invitaba a jugar, comer, conocerse y presentarse. Los símbolos de bienvenida rápidamente se extendieron hacia nosotr@s. Aún perduran -en nuestra muñeca y tobillo - las pulseras para los "nuevos" y en nuestros refrigeradores los imanes con la frase "bienvenidos a la enseñanza media" resuena al momento de escribir este texto. Lo que era contado como una tradición, termina siendo un acto notablemente significativo para quienes son (somos) l@s invitad@s (¿no es esa la intención y el significado de las tradiciones?). Abrir el año preocupándose por fortalecer la buena convivencia, daba luces de un territorio fértil, de una mejor condición. El campamento que se tenía en las planificaciones del primer semestre - y el gran número de actividades "extra académicas" que conoceríamos desde allí en adelante - terminarían por solidificar esta impresión.

    Días después serán los hobbies e intereses personales, como las artes marciales o los dibujos orientales, los que pondrían un punto de inflexión en nuestras relaciones (con profesores y alumnxs). Sí, lo afirmamos, Naruto puede - y debe- ser una herramienta para potenciar la vida pedagógica. El día que se publicaba el último capítulo de la serie (23 de Marzo), yo (Sebastián) me adentraba a la comprensión de este mundo, revisando el comienzo de la historia. El animé solo es un símbolo, será la música, tus actividades extra programáticas, tu visión de la realidad, tu posición política, etc; las mayores demandas estudiantiles. Saber de estos y otros temas, saber quién se esconde tras la novedad docente, irá poniendo en tensión la histórica verticalidad de la escuela que conocíamos, abriendo caminos al conocimiento de personas. Caso aparte es hablar de la Revista Alarbol. Sinceramente se levantó, a punta de cariño y disposición, un espacio en que estudiantes y profes trabajamos colaborativamente desde la voluntad, superando cualquier tipo de obligatoriedad académica.

   Almuerzos, salidas al cine, discusiones pedagógicas, el respeto y admiración por el trabajo de tus pares, trabajos colaborativos, aprender lo más posible, risas, conversaciones de pasillo, uno que otro llanto, salidas a la playa, enojos y se empieza a cerrar el año. De un minuto a otro, la imagen que devuelve el espejo en la mañana es otra. Habíamos apostado, con mayor o menor claridad, por transformarnos, con/por lxs estudiantes; con/por los colegas. Implicancias de hacer(se) escuela.


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