LAS NUBES DE COPENHAGUE por Mario Azán Bobadilla

24.11.2017

por Mario Azán


Cuando pienso que nos encontramos entre 8.000 a 12.000 metros de altura en un globo metálico -al cual llamamos coloquialmente avión- , con una temperatura externa que puede oscilar entre los treinta y los sesenta grados bajo cero, caigo en la cuenta que el esperado intercambio a Dinamarca ha comenzado.

A pesar de mis primeras aprehensiones, éstas disminuyen al comprobar que los estudiantes se encuentran bien y con un excelente ánimo.

Partimos el miércoles 13 de septiembre a las 13:30 hrs. desde Santiago; la idea es llegar el día jueves a las 11:20 a Copenhague. Después de sortear algunas pequeñas dificultades en nuestra travesía (sobreventa del vuelo de conexión desde Paris a Copenhague), llegamos cansados pero contentos de completar la primera parte de nuestro periplo. Al terminar los trámites de rigor nos dirigirnos a la salida del aeropuerto. Los daneses nos sorprenden con banderitas, abrazos y besos. Todo el grupo se ve entusiasta y motivado por esta aventura que recién comienza.

Nos montamos en los automóviles que los estudiantes daneses amablemente disponen para el traslado y partimos raudos hacia el Greve Gymnasium, donde nos agasajan con un rico coctel de bienvenida; la emoción y las expectativas de que todo resulte bien se puede sentir por parte de chilenos y daneses, y para ello han confeccionado un calendario con actividades para cada día de nuestra estancia. Terminado el coctel, cada danés se lleva a su chileno a su hogar. En mi caso, Carine - la profesora anfitriona- me traslada a un pequeño departamento ubicado en el centro de Copenhage, en el que viviré los diez días que dura el intercambio; me da las instrucciones del tren que debo tomar y la hora en la cual nos encontraremos al día siguiente en el colegio. Luego me quedo solo pensando en cómo lo haré, ya que a pesar de poner cara de atención, no entiendo nada de lo que me dice, es por eso que apenas se va, salgo a caminar.

Para mí, la mejor manera de conocer una ciudad es a pie y con los ojos bien abiertos. Llego hasta la estación central - inmensa y, a mi pesar, llena de andenes y combinaciones- para mentalmente organizar mi trayecto hacia Greve. Después de un momento de desesperación me percato que el sistema es muy similar al holandés, que conocí hace un tiempo, el cual entendí recién luego de, literalmente, decenas de intentos fallidos de llegar al hotel que por esos tiempos ocupaba en Amsterdam. Con ese pequeño triunfo regreso a mi alojamiento y les envió un mensaje a los muchachos para saber cómo se encontraban con sus familias putativas. Después de un rato me comentan que todo va bien, que me quede tranquilo. Me acuesto, ya casi son las 23:00 e intento dormir pero el jet lag ataca con fuerza; como no tengo las energías para vencerlo leo "El profesor" de Katzenbach, el cual ya me venía acompañando en el vuelo y, así, sin darme cuenta ya me tengo levantar para dirigirme al colegio.

Tomo el tren sin dificultades y me encamino a reunirme con los chicos. Es viernes y tenemos preparada una pequeña presentación de danza, música, baila y poesía, la cual interpretaremos en el auditorio del Greve ; nuestro público será todos los estudiantes de español del liceo. Los chilenos se encuentran ansiosos pero este sentimiento va disminuyendo a medida que avanzan las canciones y los bailes, tanto así, que terminamos intentando bailar cueca con los daneses que entusiastas se integran a la dinámica sin mayores complejos; son estos momentos en los cuales me percato que el folklor es una especie de puente capaz de unir mundos que en apariencia son tan distintos. Después del concierto, si es que aun quedaba alguna barrera que sortear, es derribada y los muchachos ya han formado una cuadrilla bien organizada y querible.

A continuación los raimapucinos se dirigen a clases, de acuerdo al horario del danés que le corresponde. Nos veremos a la tarde en una cena preparada por ellos con comidas típicas de ambos países. En esta actividad salen a relucir ollas, cuchillos e ingredientes de diferentes tipos y orígenes, lo cual culmina con una mesa llena de comida y cariño que es compartida entre risas y alegría generalizada. Terminada la cena limpiamos todo y los chilenos se regresan con sus vikingos. Yo camino hacia mi tren, contento de un día lleno de emociones y experiencias; me esperan el jet lag y Katzenbach lo que mirado desde cierto punto de vista, es muy divertido.

Para el sábado está planificado que los muchachos la pasen en diferentes actividades con sus familias anfitrionas. Mi idea es levantarme temprano y aplanar calles, pero el sueño me vence y me despierto aproximadamente a las 16:00 de la tarde en estado famélico; apenas me repongo envío el mensaje de rigor - todo va bien- y salgo.

Lo primero que hago es caminar a un parque, de los tantos que se encuentran en la ciudad y me sorprende la envergadura de las nubes que observo, ahí entiendo porqué gran parte de la mitología nórdica esté basado en ellas; sin ser un experto (en estricto rigor no soy experto en nada) distingo un cirros con sus pálidas vetas como de mármol, o como los finos trazos de grasa en una carne marmolada. Quizás una descripción más adecuada de lo que observo, tomando en cuenta la cosmovisión vikinga sea Frigga, la diosa nórdica de la atmósfera que viste o de blanco reluciente o de color oscuro, dependiendo de su humor, algo variable. Su palacio Fensalir, contiene un salón de nieblas y allí se sienta Frigga con su rueca tachonada de joyas a hilar largas telarañas de nube; quizás todas las nubes que uno aprecia deberían llevar la etiqueta "HECHO EN FENSALIR".

Termino el día comiendo en un McDonald atendido por un hindú muy amable -el cual se da el tiempo, en un local de comida rápida, valga la paradoja- de explicarme el sistema monetario danés. Regreso a mi habitación a enterarme qué han hecho los estudiantes e intentar dormir, ya que al día siguiente tenemos una visita a Roskilde.

En Roskilde se encuentra la catedral de estilo gótico en la cual los daneses entierran a sus reyes, además de un museo sobre los vikingos que cuenta con cinco embarcaciones reflotadas y restauradas que nos dan una idea de los avances marítimos de ese pueblo; una sorpresa que nos llevamos todos fue saber que no ocupaban cuernos en sus cascos, solo gorros para soportar el frio aire nórdico.

Luego de terminada la visita, los daneses, una vez más- como sería la constante del viaje- nos invitan a comer a un buffet, con comidas típicas de Dinamarca.

Otra observación, la palabra típico cada vez pierde más su campo semántico, la globalización ha generado que pocas cosas lo sean.

Luego vamos a un parque y jugamos daneses y chilenos; sorpresa nuevamente, son prácticamente los mismos juegos grupales. Cansados de jugar los chicos se van alegres con sus, a estas alturas, amigos daneses; yo regreso a mi alojamiento. Como llego temprano, me animo y salgo a trotar por los cinco lagos de Kastellet, habitados por patos y cisnes. Es fácil imaginar a Hans Christian Andersen, con su sombrero de copa alta, disfrutando del atardecer y divagando sobre la posibilidad de que un pato se transforme en un cisne.

Los días que siguen transcurren de manera similar: actividades por la mañana y por la tarde, relaciones de camaradería entre los estudiantes; mis trotes por los lagos.

Uno de los días de la semana, no recuerdo cuál, mientras corría se puso a llover con violencia. Seguí, pues trotar bajo el agua es una sensación vivificante. Entre lo que me dejaba ver el agua distinguí un cúmulo congestus que descargaba con potencia su humedad ¿O se trataba de Thor, blandiendo su martillo del trueno con su hija Thrud bajo el brazo? 

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