BAHÍA MANSA, LA MAMÁ DE LIZARDO Y SUS REGALOS por Amanda Azán Páez 

24.11.2017

por Amanda Azán Páez

Dedicado a Isabel


Domingo

Nuestro viaje empezó a las 9:15 p.m. y fue caótico. Al principio, todo iba bien porque comimos y hablamos, pero a las 12:30 p.m. mi compañera de puesto se sintió mareada y pasó lo que tenía que pasar. No fue tan grave ya que logramos solucionar el "caos" que generó mi amiga.

A las 9:00 a.m. al fin llegamos a Osorno, fue una sensación gratificante porque cambiamos los edificios y la estruendosa ciudad por hermosas casas rurales y el sonido de los árboles. El aire se sentía único y fresco.

Al llegar a Bahía Mansa no pude estar más enamorada del paisaje entintado de tonos verdes, amarillos y cafés. Luego llegamos al colegio y no hay palabras que puedan describir lo colorido y acogedor que era. Apenas entramos, vimos grandes murales llenos de color y orgullo indígena, dentro se sentía el calor de la cocina y el olor a pan amasado. En ese momento me di cuenta cómo cambiamos de entorno radicalmente.

Después de una nutritiva comida de cochayuyos nos embarcamos en una caminata que nos demostró la mala calidad del aire en Santiago ya que, a diferencia de la capital, aquí deseas que el aire impregne tus pulmones para sentir todo ese característico frescor.

Después nos dijeron con quién alojaríamos y cual sería nuestra nueva familia. Nos tocó con un chico llamado Lizardo; su madre, una mujer de pelo corto y alegre, que se veía llena de energía. Llegamos a la casa, era preciosa, ubicada en un terreno enorme, construida de madera nativa y los animales rondaban libremente por los alrededores. Antes de comer, Lizardo se ofreció a realizar una caminata por un bosque que quedaba cerca, lleno de claros y pájaros de diferentes especies. Aunque admito que me cansé y quedé llena de barro, no la pude pasar mejor.


Lunes

En vez de despertarnos con una molesta alarma, nos incorporó un gallo con una gran garganta. Nos vestimos y bajamos a desayunar. El desayuno era pan con mermelada casera, jamón, queso y como era de esperar no podía faltar el té, aunque no se ve como algo fantástico, el sur tenía algo mágico que hacía que lo simple supiera de mil sabores distintos. Quería seguir comiendo, pero nos vimos interrumpidos por el bus que nos llevaba al colegio. El bus se sentía muy acogedor ya que niños de todas las edades se saludaban y conocían.

Llegamos al colegio con la ansiedad de saber qué íbamos a hacer. Antes de realizar las actividades planeadas, todo el colegio se juntó para cantar el himno nacional, cosa que encontré muy curiosa ya que no sabía que los colegios hacían esto, además de que no cantaba el himno desde hacía mucho tiempo.

Luego, visitamos una ruca que había en el colegio donde nos contaron sobre los huilliches del sector y distintas historias. Una de ellas fue que hay un tesoro escondido; se dice que solo una persona lo vio pero que cuando volvió a buscarlo ya no estaba. Después una profesora, nos enseñó un poco de la artesanía local.

Pasó el rato y llegó el bus que nos llevaría por un largo recorrido, donde pararíamos en distintos miradores. Nuestro destino final fue un pequeño cerro al cual subimos y donde se veía como una franja de arena separaba el mar de una laguna. Nos explicaron esto con una historia huilliche, la cual contaba que una pareja encontró una guagua y decidieron cuidarla y llevarla a su casa. Luego se dieron cuenta de que al dejarla sola, toda la comida de la casa desaparecía. La pareja decidió espiar por fuera de la casa para ver quién se comía todo, vieron como el bebé doblaba su tamaño mágicamente y empezaba a comerse todo lo que había en su camino. Se contactaron con una machi que les relató que ese bebé era un espíritu malo y tenían que dejarlo donde lo encontraron. La pareja hizo esto, pero él quería más comida y fue hacia el mar a comerse todo. Esto le molestó a los espíritus del mar que decidieron echarlo a la laguna, ahí el bebé se comió todo y esa es una de las razones por la cual no hay vida en ese borde lacustre. El bebé volvió al mar a comer y el mayor espíritu del océano decidió encerrarlo en el cerro, en el cual nosotros estábamos sentados. Cuando se observa esta franja de arena significa que el bebé está comiendo, en cambio, cuando el mar se une con la laguna el niño ha satisfecho su apetito voraz.

Finalmente, volvimos a nuestra casa, donde la mamá de Lizardo nos esperaba con el mejor pollo que yo he probado en mi vida.


Martes

Despertamos e hicimos lo de siempre, comer y luego ir al bus. Llegamos a la escuela y luego nos dirigimos a otra ruca donde nos sirvieron cosas deliciosas como rosquillas, sopaipillas normales y otras rellenas con queso. Creo que esta comilona era para prepararnos físicamente a nuestra extensa caminata. Comenzamos yendo hacia el lugar donde empezaría el verdadero paseo.

El lugar era hermoso ya que estaba todo lleno de árboles y plantas silvestres de colores vibrantes que contrastaban con el café de la tierra. Nos guiaba un señor huilliche que nos contaba distintas cosas sobre el lugar, aunque antes le tuvimos que pedir permiso a la Madre Tierra.

Caminamos mucho hasta que escuchamos el grito de una compañera que había sufrido la picadura de una sanguijuela. Esta situación me puso paranoica, ya que imaginaba que en cualquier momento ese bicho me podría atacar. Aunque el señor nos explicaba que no eran malas, ya que sacaban lo malo de la sangre. Cuando él dijo esto me di cuenta del respeto que tiene el pueblo huilliche hacia la naturaleza, el cual es muy fuerte ya que ellos no le ven nada malo ni peligroso, además de que siempre le rinden algún homenaje y le piden permiso antes de hacer cualquier cosa que interfiera en ella.

Luego de un largo rato de caminata sentí que algo me picó en el pie, me revisé y comprobé que era una sanguijuela. Pensé que dolería, pero solo se siente una comezón, aunque debo admitir que grité un poco.

Llegamos a unos miradores que se encontraban en la cima de unos grandes árboles, no quise subir ya que había que ascender por una escalera un poco débil. Llegó un momento donde ya quería volver por el cansancio y el temor de los pequeños insectos que se encontraban, pero luego miré a mi alrededor y comprobé por qué los huilliches le tienen tanto respeto a la naturaleza. Cómo no tenerle respeto a algo tan imponente y hermoso.

De regreso en la ruca nos sirvieron una sopa de mote que me recordó al sabor de las lentejas.

Al fin llegamos a nuestra casa a descansar, aunque a la tarde nos juntamos con unos amigos en la playa y fue demasiado entretenido, en ese momento me dieron ganas de vivir allá por lo unidos que son y los paisajes que pueden disfrutar cada día. Finalmente fuimos a la casa, cenamos unas ricas chuletas sin preservantes y nos fuimos a dormir.


Miércoles

Tenía miedo de este día ya que debíamos subir un cerro, así que comimos y partimos al colegio. Una gran preocupación rondaba mi cabeza, pues realizaríamos una caminata que se extendería por más de dos horas; debo confesar que caminar no es mi fuerte y menos si el fin consiste en conquistar la cumbre de un cerro.

Salimos del colegio hacia el bus que nos llevaría al comienzo de nuestra travesía. Nos guió la señora Paty debido a que ella es hija de la dueña de ese terreno. Caminamos por una cuesta poco empinada pero llena de piedras y barro que dificultaba nuestro recorrido. Pasados quince minutos llegamos a un lugar lleno de señoras que estaban preparando algo que olía glorioso. Era milcao, una especie de pancito hecho de papa y chicharrón; también prepararon catutos, los que se cocinan a base de trigo y se puede servir caliente o frío. Sinceramente, no sé cuál me gustó más, ya que el milcao sabía como a papas fritas, pero con mucha más sazón y el catuto a la parrilla con mermelada es sublime, no hay palabras para describir lo rico que es. Pensé que ahí terminaría y que bajaríamos, pero aún la jornada nos deparaba sorpresas.

Nos ofrecieron ir a una playa. Los lugareños dijeron que era solo de bajada y que además no representaba dificultad. No sé por qué les creí. El camino estaba lleno de obstáculos y de lodo, lo cual provocó que accidentalmente me resbalara y metiera todo mi pie en el barro. Doy constancia que no es una sensación muy gratificante dado que mi zapato se hundió y tuve que ir cojeando hasta la orilla del mar, pero por suerte una compañera tenía un zapato extra. Llegamos y era precioso, había una explanada que tenía una vista maravillosa así que valió totalmente la pena llenar de barro mi zapatilla. El agua era muy fría, pero estaba feliz de por fin lavar mi pie. Llegó el momento de volver y esto no lo hicimos bajando el cerro; lo que realizamos fue rodearlo, cosa que fue más cansadora pero no le quitó lo bonito a la experiencia. Cuando llegamos pudimos descansar en el colegio para al fin regresar a nuestra casa y poder dormir; pero antes no podían faltar unas ricas empanadas caseras de mariscos.


Jueves

Despertamos con una sensación de emoción ya que al fin podremos ir a las termas. Antes de tomar el bus para llegar al colegio preparamos los trajes de baño y las toallas. En el colegio fuimos directamente al bus que nos llevaría a las famosas termas de Puyehue.

Al llegar, vimos que estaba lleno de árboles y me percaté que en el sur casi no hay lugares que carezcan de un paisaje hermoso que contemplar. Comimos unas chaparritas y nos preparamos para bañarnos. La terma estaba al aire libre lo que hacía que la experiencia fuera mágica. Al ingresar el agua era muy caliente, de hecho tenían unos parlantes en los cuales te avisaban cuando tenías que salir y tomar una ducha fría para no ahogarte con el calor. Desde la terma había una vista hermosa de un río. Después de un largo rato salimos y fuimos a los camarines a bañarnos y ponernos la ropa para regresar.

Subimos al bus para volver al colegio, pero antes paramos en un lago donde el agua era muy fría, pero eso no impidió que algunas personas se bañaran. Se hizo tarde por lo que volvimos al colegio y por fin a nuestras las casas.

Al llegar tuvimos mucho tiempo libre ya que la actividad fue corta. Ocupamos esta instancia para poder conocer más a la mamá de Lizardo y saber cómo era la vida antes de la llegada de internet. Nos explicó que uno se casaba muy joven y que la educación para las mujeres no era algo normal ya que eran criadas para ser dueñas de casa y cuidar a sus maridos. Al escuchar esto quedamos apenadas, pero ella nos decía que estaba feliz de que ahora la educación para las niñas esté más normalizada. Luego de una larga charla con la mama de Lizardo, que nos dejó muchas lecciones y nos cambió el punto de vista en varios temas, comimos unas vienesas con algunas de las empanadas que sobraron de ayer y con el estómago lleno y la cabeza repleta de reflexiones nos fuimos a dormir.


Viernes

Nos despertamos e hicimos lo de siempre. En ese momento se sentía como si ya viviéramos desde hace mucho tiempo aquí. Desayunamos y nos fuimos.

Al llegar al colegio nos preguntábamos qué íbamos hacer y nos comentaron que viajaríamos a la ruta del carbón. Una vez allí, nos enseñaron como se producía y qué ocupaban para hacerlo. Lo fabricaban con eucalipto en unos enormes hornos de barro donde los quemaban y, al extraerlos, observamos como toda esa madera lentamente adquiría una coloración ocre. Luego de mostrarnos esto nos dieron un tiempo libre en donde nos sentamos en el pasto y hablamos un poco; después de un largo rato volvimos al colegio a almorzar para trasladarnos a nuestras casas.

Nuestras profesoras a cargo planearon una junta en la playa con todo el curso, pero nuestra familia adoptiva ya tenía un plan para nosotros así que no pudimos asistir a la junta. Al llegar a la casa comimos un pequeño refrigerio y partimos hacia Caleta Manzano. Nos topamos con la sorpresa de que la mamá de Lizardo también invitó a unos amigos nuestros al lugar. Nos bañamos, pero salimos casi de inmediato ya que el agua estaba congelada. Hicimos una pequeña fogata para juntar un poco de calor y poder conocernos mejor. Cuando empezó a oscurecer nos volvimos a la casa y nos dimos cuenta que al otro día iba a ser el momento donde teníamos que regresar a la temida capital.

Comimos hasta no poder, ya que era la última ocasión para probar esas cenas gloriosas y nos fuimos a acostar con la tristeza de que mañana íbamos a volver a Santiago.


Sábado

No queríamos despertar ya que era la última mañana en que el carismático gallo nos despertaría. Este desayuno fue distinto ya que no teníamos la seguridad de que al otro día comiéramos el mismo pan o las mismas sopaipillas.

Llegó el temido momento en donde teníamos que empacar nuestra ropa y recuerdos. Al ordenar los pertrechos nos dio la nostalgia de que jamás volveríamos a ver esas habitaciones de madera, ni oler la cocina a leña o las fantásticas preparaciones de la mamá de Lizardo. Cuando terminamos, subimos a la camioneta y la pena venció a mi amiga, se puso a llorar desconsoladamente mientras nos separábamos de ese hermoso hogar lleno de recuerdos inolvidables.

Antes de llegar al colegio la mamá de Lizardo nos mostró una pequeña caleta ubicada por el sector donde comimos milcao para subirnos el ánimo.

Al llegar al colegio queríamos que el tiempo se detuviera, pero pasó todo lo contrario, se iba volando en un abrir y cerrar de ojos y -sin darnos cuenta- ya estábamos comiendo para emprender nuestro viaje a Santiago. Terminamos ese rico pescado y nos dieron un tiempo para poder seguir hablando, pero una vez más nos llamaron al comedor donde nos sirvieron torta.

Nuestras profesoras agradecían la amabilidad y el carisma que nos mostraron en todo momento y mientras que los de Bahía Mansa nos decían que fue un agrado podernos acoger bien y que esperaban que en Santiago la experiencia se repitiera. Y sin percatarnos el bus ya había llegado y también el momento de despedirnos. La situación fue desconsoladora y a más de alguno se le soltó una lágrima.

Despedirnos de nuestra familia putativa fue verdaderamente triste, no encontrábamos palabras para agradecer todo lo que hicieron por nosotros. Esa familia nos demostró que existe gente amable, que siempre sale adelante y tiene una sonrisa pese a las diferentes dificultades que les ofrece la vida. También permitió que la visión que teníamos de las cosas cambiara radicalmente, que nos diéramos cuenta que algunas veces le damos mucha importancia a algo que no lo merece o que, por el contrario, nos tomamos muy a la ligera situaciones de las cuales deberíamos estar agradecidos. Subimos al bus y le dimos el último adiós a Bahía Mansa.

Pero más que un adiós, fue un hasta pronto.     

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